La música es el vino que llena la copa del silencio. (Robert Fripp).
Toparme con esta cita fue cuando menos iluminador. Probablemente la idea había cruzado antes por mi mente, pero como ocurre en otras ocasiones, el verla escrita le dio forma y fondo, un sentido. Esto, porque además ha sido atribuida a quien muy probablemente tiene una visión íntima de la música, Robert Fripp guitarrista británico del rock de vanguardia, reconocido entre otros por su trabajo en el desaparecido grupo King Crimson.
Oír y beber, se sugieren acciones semejantes. Puede ser. En la primera, los sonidos se introducen en nuestros oídos y llegan a nuestras conciencias, para estimularnos y avivar así recuerdos, junto con desencadenar (im)predecibles reacciones. En algunos casos estos estímulos son provocadores, emotivos, agitadores. En otros nos calman y arrullan.
En el beber, es el líquido el que aborda nuestro paladar para agradarlo, envolverlo, instigarlo y de ahí se abre paso hacia el interior de nuestro cuerpo, al mismo tiempo que nuestra mente recibe señales de aromas, sabores y texturas, que buscan ser descifrados o simplemente disfrutados.
Y el silencio… Sí, puede ser como las copas, vasto e inmenso o pequeño y contenido. O más bien frágil y diáfano o resistente e infranqueable. Como sea, todo para brindar cobijo a la música, y tal como lo hace una copa con el vino, convertirse en su lugar de paso, uno que le permita descansar, abrirse cómodamente, y desplegar luego sus acordes y ritmos, en cada nota, en cada sorbo.
¡Salud por la copa del silencio y el vino de la música!
IdV.
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Comentarios (2)
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